Mario Bravo-Lamas, 20 de Abril de 2025
1. Dios Trino: Amor eterno que crea, salva y habita
La espiritualidad cristiana nace del misterio más profundo de nuestra fe: Dios es trino. No creemos en un dios solitario y distante, sino en un Dios que es comunidad de amor eterno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta no es una idea abstracta, sino una realidad viva que transforma todo.
Como dice 1 Juan 4:8, “Dios es amor”. No simplemente tiene amor o actúa con amor; él es amor en su esencia. El Padre ama eternamente al Hijo en la comunión del Espíritu. Este amor perfecto y desbordante es el que da origen a la creación y sostiene la historia de redención. No fuimos creados por necesidad, sino por gracia: para participar del amor trinitario que existía “antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). En otras palabras, Dios no necesitó crearnos para aprender a amar; más bien, nos creó para compartir su amor.
La Trinidad no es una doctrina secundaria; es el corazón mismo de la fe cristiana. El Padre nos crea, el Hijo nos redime, y el Espíritu nos habita. n la Trinidad descubrimos que Dios no está lejano, sino radicalmente cercano. No somos espectadores del plan de Dios, sino invitados a participar en su vida. Como lo expresa William Willimon, hay algo en este Dios trino que no deja de acercarse a nosotros, incluso cuando no lo buscamos.
La Trinidad es la base de nuestra espiritualidad, nuestra salvación, nuestra oración y nuestra formación. Kevin Vanhoozer lo dice de forma hermosa: el drama de la salvación es trinitario de principio a fin. El Padre es el autor de la historia, el Hijo es su clímax y el Espíritu es quien nos incorpora en ella. Este Dios trino no solo nos da mandamientos, sino que nos invita a participar en su historia no como meros espectadores, sino participando como hijos e hijas amados. Por eso, toda verdadera espiritualidad cristiana tiene como base al Dios que es amor, comunión y misión.
2. Jesucristo: El centro de nuestra fe y formación
La espiritualidad cristiana no se entiende sin Jesús de Nazaret. Jesucristo es el rostro visible del Dios invisible. En él, el amor eterno del Padre se hace carne, visible, cercano y personal. No es solo nuestro maestro o guía espiritual: es el Hijo de Dios encarnado, el Salvador que nos reconcilia y el modelo de nuestra humanidad redimida.
Jesús revela quién es Dios y quiénes estamos llamados a ser. Como dice Colosenses 1:15, él es “la imagen del Dios invisible”, y según Romanos 8:29, fuimos creados para ser conformados a su imagen. Por eso, nuestra espiritualidad no gira en torno a principios vagos ni a experiencias pasajeras, sino a una relación viva con Cristo.
Su vida, muerte y resurrección son el punto culminante del drama divino. En la cruz vemos el amor que se entrega hasta el extremo; en la resurrección, la victoria del amor sobre la muerte. Como afirma Dallas Willard en el Dictionary of Christian Spirituality, la espiritualidad cristiana no se trata de acumular información sobre Jesús, sino de ser transformados por él.
Jesús no solo nos salva, también nos forma. El Espíritu Santo nos une a Cristo, nos transforma desde adentro (Gálatas 5:22–23) y nos envía como testigos suyos (Hechos 1:8). En él encontramos no solo salvación, sino sentido, identidad y propósito. Cualquier espiritualidad que desplace a Jesús del centro —aunque hable de Dios o use lenguaje cristiano— pierde su esencia.
3. La historia de la salvación: Participar del drama redentor de Dios
La fe cristiana es una historia: una gran narrativa que nos envuelve, nos forma y nos envía. No se trata simplemente de afirmaciones doctrinales, sino de una invitación a entrar en el relato del Dios que crea, redime y restaura.
Todo comienza con un acto de amor: Dios crea al ser humano a su imagen, para vivir en comunión con él y con la creación. El pecado quebró esa comunión, pero no anuló el amor de Dios. Desde entonces, la historia bíblica nos muestra a un Dios que busca, llama, libera y transforma.
En Jesús, esa historia alcanza su clímax. Él nos rescata del pecado, restaura nuestra humanidad y nos incorpora a su misión. Esta salvación no es solo un recuerdo del pasado ni una esperanza futura; es una realidad viva en el presente. Como escribe William Willimon en This We Believe, “la salvación denota nuestra relación con Dios en Jesucristo aquí y ahora.”.
Y esta historia no termina con nosotros. Apunta hacia la nueva creación: cielos nuevos y tierra nueva donde Dios habitará con su pueblo y toda lágrima será secada (Apocalipsis 21). Mientras esperamos esa plenitud, participamos activamente en su obra: como comunidad del Reino, como cuerpo de Cristo, como testigos de la esperanza.
Kaz Yamazaki-Ransom ordena la historia de salvación en siete partes:
A. Creación
B. Origen del mal
C. Pueblo de dios (Israel)
X. Jesús
C’. Pueblo de Dios renovado (Iglesia)
B’. Derrota del mal
A’. Creación renovada
Todd Billings nos recuerda que la Biblia es el medio por el cual el Dios trino nos forma a la imagen de Cristo, en el poder del Espíritu. Leer las Escrituras, orar, vivir en comunidad y actuar con misericordia son formas concretas de encarnar esta historia. La formación espiritual, entonces, no es una técnica, sino una forma de habitar el relato redentor de Dios día a día: una historia de amor eterno que nos alcanza, nos transforma y nos envía.
En resumen
Lo que creemos no es un conjunto de ideas abstractas, sino una realidad viva y transformadora:
• El Dios trino nos ama eternamente,
• Jesucristo nos reconcilia y nos forma,
• Y el Espíritu nos incorpora al drama de salvación que renueva todas las cosas.
Esta es la base firme de toda espiritualidad cristiana auténtica y el corazón de la formación cristoforme: vivir en comunión con Dios, siendo transformados por su amor, para participar con gozo en su historia redentora.

